Si todos sabemos protegernos, ¿por qué no erradicamos las ETS?
1. Toda relación sexual conlleva riesgos
Según la Organización Mundial de la Salud1, cada día se producen más de 1 millón de nuevas infecciones de transmisión sexual (ITS) en todo el mundo. La mayoría tienen síntomas leves o ningún síntoma, pero se pueden llegar a dar situaciones graves como enfermedades inflamatorias crónicas, fallos en la respuesta inmune, problemas reproductivos o distintos tipos de cánceres.
Si pensáramos con una lógica simple, diríamos que cortando de raíz la actividad sexual el asunto se soluciona completamente. Y esto es cierto teóricamente, pero es inmensamente desacertado atendiendo al mundo real porque el sexo es la expresión de una necesidad básica o, más bien, de varias posibles necesidades básicas2 y podemos asegurar que, aunque varíe en algunos aspectos, va necesariamente a ser algo que aparezca en todas las culturas y contextos. Es decir, que es un acto primario, y que las personas ni queremos ni vamos a dejar de tener sexo.
Así, atando cabos, entre los números actuales y la profunda raíz humana (incluso animal) de la tendencia sexual, podemos apostar a que de aquí a un futuro cercano no va a haber una rápida ni rotunda desaparición de la incidencia de ITS.
O sea, que el escenario es éste: la gente tiene sexo, no lo va a dejar de tener y la única forma de abordar este tema sin hacer castraciones masivas (lo que iría un poco en contra de los derechos humanos) parece ser influir sobre el comportamiento individual. Y nos corre prisa porque las tasas de distintas enfermedades de transmisión sexual no dejan de aumentar (y aquí os dejo un enlace a un artículo muy interesante).
2. ¿Qué probabilidad tengo de contraer una ETS (Enfermedad de Transmisión Sexual?
Hablando de ese comportamiento individual o, dicho de otra forma, de qué cosas hacemos las personas que nos lleva a infectarnos o no, es muy fácil toparse con un término que es necesario entender bien: conductas de riesgo.
Básicamente se refiere a comportamientos sexuales que aumentan la probabilidad (riesgo ≠ certeza) de infectarse por transmisión sexual o tener alguna otra repercusión negativa sobre la salud. Por ejemplo, “tener sexo” frente a “no tener sexo”, porque no tenerlo anula cualquier peligro en este sentido.
Pero, como decimos sobre lo de abstenerse sin más: hay que hilar más fino. De hecho, se ha estudiado que los mensajes positivos y las estrategias de comunicación abierta suelen ser más efectivos que las campañas restrictivas3. Por ello, la perspectiva científica más extendida trata de apuntar como objetivo a entender el por qué de las conductas que sí suponen práctica sexual y que aumentan en mayor medida la posibilidad de infectarse: si sabemos el por qué, podremos encontrar el cómo.
Las más descritas son tener muchas relaciones con muchas parejas diferentes4, tener poca confianza o vínculo personal con esas parejas, consumir drogas o alcohol en el contexto de las relaciones sexuales5 y, por supuesto, no usar preservativo6. Es muy fácil de entender si se ponen en conjunto: exponerse frecuentemente a situaciones en las que hay un bajo nivel de seguridad y se tiene poco control aumenta la probabilidad de que surjan resultados adversos como las ETS.
Como se ve, la distinción entre una conducta de riesgo y una no de riesgo es probabilística y no siempre cristalina. Desde luego que pueden surgir términos de debate, como si una persona activa sexualmente que dedica algo de tiempo a conocer a sus parejas, pero que igualmente tiene parejas distintas cada semana, encaja o no en la categoría “riesgo”, o que el hecho de usar preservativo sea una muy buena conducta de protección con una altísima eficacia, pero esté más limitada en el control de transmisión de ETS por saliva, por ejemplo.
El mundo real tiene muchos más grises de los que nos gustaría.
3. ¿Por qué nos exponemos a riesgos en las relaciones sexuales?
Analizar el riesgo es, en realidad, analizar lo que hacen los arriesgados. En términos generales, se han encontrado algunos resultados que parecen indicar que las personas más extrovertidas7 tienen más actividad sexual, o que ellos y los que presentan mayores niveles de neuroticismo (reactividad emocional, por así decirlo) tienen más conductas de riesgo7,8.
Sin embargo, estos resultados no aportan suficiente precisión como para llevarlos a la práctica8, y sin precisión es difícil decidir estrategias acertadas.
Necesitamos concreción, porque las variables que manejamos son complicadas y están entrelazadas en procesos mentales complejos. Por ejemplo, se sabe que es importante manejar información fiable sobre qué son y cómo se transmiten las ITS9,10, pero por sí solo no es suficiente3, ni siquiera cuando la fuente de información es una persona cercana y parecida a quien se quiere convencer11.
También se sabe que la percepción personal del riesgo a transmitir o contagiarse es relevante4,9, pero tampoco es suficiente. El rizo se riza tanto como que se han encontrado casos en los que un diagnóstico positivo en una prueba de VIH provocaba un aumento de los comportamientos de riesgo, y, por el contrario, uno negativo los reducía4. Quizá incluso tengamos que precisar más el “transmitir o recibir” de ese “riesgo percibido”.
Otro método efectivo es reducir los niveles de síntomas depresivos, porque parece que las personas emocionalmente inestables se exponen más12. También funcionan los entrenamientos en habilidades de manejo (como negociación con la pareja o autocontrol), o trabajar la percepción que se tiene sobre la capacidad de protegerse (autoeficacia)12. Quizá, como hipótesis, puede que uno mismo al tener más habilidades también se perciba como con más maestría. ¿Juntamos o separamos estas variables?
Finalmente, no se puede olvidar la parte social. Las personas que viven en lugares económicamente más deprimidos tienden a tener más parejas, con más simultaneidad y menos veces con protección, de hecho, sobre ellos los programas de intervención son menos eficaces10. Desde luego, parece que “la adversidad económica restringe el poder de hombres y mujeres para tomar el control de su salud”3.
4. Conclusiones
Como vemos, el problema no tiene una solución rápida. Hay muchos determinantes que influyen en el resultado final, desde las tendencias de personalidad propias de cada persona, pasando por su conocimiento y habilidad, hasta la situación en su contexto.
Se suele decir que el diablo está en los detalles y, en este caso, los detalles importan mucho. Probablemente no exista una estrategia definitiva interculturalmente y para todos los grupos sociales3. Probablemente haya que hilar más fino10.
5. Referencias
- Factsheet detail: Sexually transmitted infection. (2019) Online. (Último acceso: 14/04/2021)
- Donovan, Basil, and Michael W. Ross. “Preventing HIV: determinants of sexual behaviour.” The Lancet 355.9218 (2000): 1897-1901.
- Wellings, Kaye, et al. “Sexual behaviour in context: a global perspective.” The Lancet 368.9548 (2006): 1706-1728.
- Gong, Erick. “HIV testing and risky sexual behaviour.” The Economic Journal 125.582 (2015): 32-60.
- Tomkins, Andrew, Ryan George, and Merav Kliner. “Sexualised drug taking among men who have sex with men: a systematic review.” Perspectives in public health 139.1 (2019): 23-33.
- Shilo, Guy, and Zohar Mor. “Sexual practices and risk behaviors of Israeli adult heterosexual men.” AIDS care 32.5 (2020): 567-571.
- Allen, Mark S., and Emma E. Walter. “Linking big five personality traits to sexuality and sexual health: A meta-analytic review.” Psychological bulletin 144.10 (2018): 1081.
- Schmitt, David P. “The Big Five related to risky sexual behaviour across 10 world regions: Differential personality associations of sexual promiscuity and relationship infidelity.” European Journal of personality 18.4 (2004): 301-319.
- Jiang, Hongbo, et al. “Predictors of condom use behavior among men who have sex with men in China using a modified information-motivation-behavioral skills (IMB) model.” BMC Public Health 19.1 (2019): 1-12.
- Morales, Alexandra, et al. “Interventions to reduce risk for sexually transmitted infections in adolescents: A meta-analysis of trials, 2008-2016.” PloS one 13.6 (2018): e0199421.
- Medley, Amy, et al. “Effectiveness of peer education interventions for HIV prevention in developing countries: a systematic review and meta-analysis.” AIDS Education and Prevention 21.3 (2009): 181-206.
- Huang, Yuling, et al. “Association between psychological factors and condom use with regular and nonregular male sexual partners among Chinese MSM: a quantitative study based on the Health Belief Model.” BioMed research international 2020 (2020).